A mi la independencia… ni fu ni fa

Una de las ventajas de leer tuiter a primera hora de la mañana aún metida en la cama es que una se puede topar con las chorradas más escandalosas y no correr peligro de caerse del susto o de la risa. Hoy ha sido uno de esos días gloriosos. ¿Se acuerdan de Tejero? Sí, hombre, aquél bajito con bigote que intentó dar un golpe de Estado –no confundir con otro bajito y con bigote de años atrás, que a ese sí le salió bien la jugada-; bueno, pues debe de andar un tanto ofuscado y aburrido, o directamente chochea, porque le ha plantado una denuncia a Artur Mas por “conspiración e intento de sedición”. Ya saben, de puta a puta, taconazo.

Más allá de anécdotas absurdas como esta, anda la cosa muy revuelta con las elecciones catalanas y el sueño independentista de Mas, gestado en la Diada , y regado con las ganas de tapar las miserias de los recortes aplicados en Cataluña. Parto de la base de que todo esto no me parece más que una cortina de humo con la que desviar la atención de lo realmente importante, la pérdida de derechos básicos y el empobrecimiento de aquella comunidad. Pero no saquen pecho, que de cortinas de humo y chorradas también entendemos por aquí un rato (algunas veces, hasta se firman entre Gobierno y oposición, como se lo cuento).

Como les digo, no creo que ahora haya más gente que quiera independizarse que antes… simplemente, han perdido el miedo o la vergüenza a decirlo y, para variar, en el resto de España ahora les estamos haciendo caso. Pero me llama mucho la atención el revuelo político que se ha montado, la cantidad de paridas que se pueden escuchar respecto a este tema, lo ofendidos y nerviosos que andan algunos patriotas que creen ver cómo España “se rompe”. Y eso es lo que me asusta.

Verán ustedes; a mi que Cataluña se independice me da igual. Si quieren pintar sus cuatro provincias de otro color para que en los mapas resalte más, estupendo. Si piensan que les va a ir mejor fuera de este Estado, genial. No me importa lo más mínimo. Lo que sí me preocupa es el afán que tienen algunos por hacer de este trocín de tierra algo sagrado, como si Dios, Buda, Alá y John Lennon hubieran decidido que este terruño es el paraíso terrenal. España ha cambiado a lo largo de los siglos a golpe de pedrada, espada, cañonazo, tanque y pluma; lo que algunos creen inmóvil no es más que el fruto de continuos enfrentamientos armados y derramamiento de sangre. Fíjense que hace 30 alguien se inventó una comunidad y coló tanto que hay quien piensa que llevamos juntos desde el Paleolítico… Los mapas se mueven, cambian… la única diferencia es quién lo dice, quién lo vota y quién lo promueve.

Las banderas no son más que trapos de colores y las fronteras, líneas imaginarias que alguien ha plantado en medio de la nada dividiendo lo que siempre ha estado unido. Nadie es más que nadie por ser español, francés, turco o chiquitistaní. Nacer en un país u otro no es más que una cuestión de azar. La península va a seguir aquí cuando las cucarachas y algún teléfono Nokia sea lo único que se conserve de nuestra cultura, ¿merece la pena pegarse por un trozo de tierra?

Un país es un ente vivo, por mucho que esa sagrada constitución diga lo contrario –que, por cierto, muta de forma asombrosa a capricho de Europa, pero cuando lo pedimos los españoles se convierte en sacrilegio-. ¿Por qué tanto miedo a la gente? ¿Por qué ese pánico a que el personal decida de dónde quiere ser? Lo más preocupante de todo es que se está dejando bien claro el terror que tienen algunos a que la gente opine y decida –en este tema y en muchos otros-.

Y una última reflexión: no hay nada más peligroso que obligar a alguien a hacer lo que no quiere o a permanecer en algún lugar contra su voluntad. De esa “represión” (y entiendo que esta palabra hablando de Cataluña es exagerada) no ha salido nunca nada bueno, y en España, desgraciadamente, sabemos que es así. La solución es el diálogo, la democracia; que voten, que decidan, y si se quieren marchar… que marchen.